martes, 30 de junio de 2009

Circuitos, legitimación y mercado

Cada vez más rápido, las obras de arte contemporáneo ingresan en los museos y fundaciones con una canonización temprana, inédita a comienzos del siglo XX, cuando sus autores están aún en plena producción. El caso más reciente es el de Jeff Koons, estrella indiscutida de la última gran burbuja de las cotizaciones, un personaje mediático, atractivo, que es arte y parte del show. Su busto de mármol, en el que se lo ve abrazado a la Cicciolina, su ex mujer, se exhibe en una de las salas de la Punta della Dogana, sede de la fundación François Pinault recién inaugurada en Venecia, donde se exponen 300 de las 2500 obras compradas en los últimos años. A metros de allí, sobre el canal de la Giudecca, está amarrado su barco Illona, homenaje a la ex y motivo de admiración de locales y visitantes por la cantidad de metros de eslora.

Las obras de Koons llegaron a cotizarse arriba de los 5 millones de dólares en las subastas animadas, casualmente, por el gran coleccionista Pinault, que es a su vez el presidente de Christie´s. Sólo un dato: Vincent van Gogh, que no vendió un cuadro en su vida a pesar de los esfuerzos de su hermano Theo, tendría que haber vivido más de un siglo para ver coronado su retrato del doctor Gachet con un precio récord.

Una de las señales, y no sabemos si de alarma, de lo que sucede hoy en el escenario del arte, es comprobar que con la misma facilidad con que se perforan los límites entre disciplinas, técnicas y estéticas, se superponen los roles y, al hacerlo, los circuitos de legitimación ingresan en un estado de combustión. Si quien legitima es al mismo tiempo quien compra, pero también quien vende; al hacerlo, ¿no pone en riesgo la regla número uno de la comercialización de las obras de arte que es la confianza?

Finalmente, el precio de un cuadro es producto de una convención entre quien fija el precio en el mercado primario, que es el galerista, y el comprador que está dispuesto a pagarlo. En segundo término, el mercado secundario -el de la subasta- fija la cotización de un artista a través del mecanismo de venta pública. Otra prueba de esta tergiversación de los roles fue protagonizada por otro artista de la era burbuja, el británico Damien Hirst, cuando decidió mandar 200 obras de su producción a remate pasando por encima de la operatoria de sus galeristas. No le fue mal al británico, quizá porque agarró la ola cuando todavía estaba en la cresta. Pero ya nada será igual; la cautela que imponen los actuales cantos de sirena y el telón de fondo recesivo no admiten piruetas olímpicas.

No hay mal que por bien no venga. Como escribió tiempo atrás el ácido crítico del Sunday Times Waldemar Januszczak: "A veces, la recesión es necesaria, como los incendios en los bosques de Sudáfrica, para que sobreviva y permanezca lo que realmente vale y tiene consistencia". (Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1145115)